Hoy desperté con Celeste.
El sol apenas se asomaba por la ventana,
y su respiración era tan suave
que parecía ordenar el mundo.
Amo dormir con ella,
pero amo más aún despertar a su lado.
Mirar su carita tranquila,
sus pestañas enredadas con los sueños,
esa paz que solo tienen los niños
antes de saber lo que pesa la vida.
Le tomé la mano, tan chiquitita,
y aun así me pareció enorme,
como si en esa palma diminuta
pudiera caber todo lo que soy.
Recordé cuando era una guagüita,
sus deditos cortos,
sus uñas frágiles,
su piel de durazno y leche tibia.
Entonces no entendía lo que era el amor,
pero ahora sé
que tenía forma de ella.
A veces me mira y sonríe,
y siento que el pecho me va a estallar,
como si dentro viviera una flor
que no deja de abrirse.
Me habla de insectos,
de hormigas que construyen castillos,
de mariposas que se esconden bajo las hojas,
y yo la escucho fascinada,
aunque sé que a veces inventa un poco,
como hacen los poetas.
Le beso la frente.
Su piel es tan suave
que me da miedo romperla con el aire.
Y pienso
que no hay oración más perfecta que su nombre,
ni silencio más puro
que el de verla dormir.
El amor que siento por ella
arde como oxitocina,
como fuego que no quema,
como vida que se renueva en cada amanecer.
Porque despertar con Celeste
es volver a verla nacer.
2 comentarios:
No sabes lo feliz que me pone esto Amarilla
También a mí 🩷
Publicar un comentario