Nunca pidió que fueras como ella,
Ni que pensaras lo mismo,
Ni que quisieras las mismas cosas que ella quería.
Y mucho menos que cambiaras quien tú eras.
Te aceptó, con cada diferencia que se interponía,
Te valoró con cada pequeña cercanía,
Te aprendió como un manual de instrucciones,
Y te quiso. Sin dudarlo te quiso.
Logró de cada diferencia, hacer días hermosos, llenos de cosquillas, de sinfonías, que rondaban por su cabeza, constante y sonante.
Cada día, una alegría nueva, de esas que derrochan lágrimas confusas, porque estaba siempre acostumbrada a llorar lágrimas saladas de agonía, pero no lágrimas dulces de amaneceres siempre radiantes. De felicidad, dirían algunos.
O de mentiras bien dichas, de ilusiones bien fabricadas.
Pero siempre se desmorona una, la más importante y con ella todo cae en un sinfín de excusas, de brutales y asquerosas ilusiones baratas.
Le enoja saber la verdad,
Porque a veces la verdad le hace tanto daño que se vuelve terca y testaruda.
Como una niña.
Pequeña e inexperta.
Pero no es inexperta,
Cuando ha estado yendo y viniendo por parajes,
Por montañas,
Por desiertos,
Recogiendo oportunidades,
Vidas nuevas.
Mentirse a sí misma.
A veces si lo desea muere, y renace,
En una nueva vida, una nueva identidad,
Nuevas mentiras.
Y se cree cada cosa,
Ella puede hacer lo que quiera,
Porque en su cabeza, toma vino y se emborracha, cada día.
Y puede hacer lo que desee,
Aún cuando eso sea una mentira más.
Pero no deseaba que tú fueras como ella,
Ni que leyeras sus libros,
O escucharas su música.
Ella sólo deseaba que acariciaras su pelo,
Suave, muy suave.
Hasta poder dormirse de todas y cada una de sus pesadillas.