Escribo porque no sé permanecer en silencio. Porque la palabra es mi carne y mi condena, y porque a veces la única manera de no enloquecer es dejar que la locura hable por mí. No busco respuestas, solo temperatura. Soy Laura Desamparada: lo que queda cuando el alma hierve demasiado.

lunes, 20 de octubre de 2025

La mujer que se desarma

Me dijeron:

sé perfecta,

sé cuerpo,

sé superficie.


Y yo, obediente,

me tallé los huesos,

me limé la voz,

me quité los lunares.


Me vistieron con pieles de plástico,

me alisaron los cabellos,

me dijeron: sonríe,

y sonreí con la boca abierta

como una muñeca muerta.


Quise tener sangre,

pero me dieron pintura.

Quise tener alma,

pero me pusieron perfume.


Me dijeron que era hermosa,

y no supe si eso era bueno o una advertencia.


Soy una mujer pre-fabricada.

Hecha con fragmentos,

con trozos de espejo,

con pedazos de otras que ya no existen.


A veces,

cuando el silencio se desviste,

oigo dentro de mí el ruido del metal,

la voz de la fábrica,

el canto de las que fueron moldeadas antes.


Y me pregunto:

¿dónde quedó la que soñaba con llorar,

la que sangraba sin miedo,

la que respiraba?


No hay respuestas.

Solo esta piel brillante,

que no se oxida,

que no envejece,

que nadie ama.


Y esta voz —

la mía,

la que no fue diseñada para gustar,

la que no 

cabe en el molde—

rompiendo el plástico

desde adentro.

jueves, 16 de octubre de 2025

Ella soy yo


Ella piensa en círculos.

Las ideas giran hasta perderse,

como si la mente fuera un pozo sin fondo

donde el eco aprendió a hablar.


A veces cree que todo es un sueño ajeno,

otras, que la realidad es solo una palabra mal escrita.


Dentro de su cabeza hay una habitación.

No sabe quién dejó la luz encendida,

pero teme apagarla.


Ella conversa con sus pensamientos rotos,

los ordena, los acaricia,

como si fueran pequeños animales perdidos.


Hay noches en que todo se detiene:

la respiración, el sentido, el mundo.

Y una voz le susurra: sigue.


Ella sigue.

No por fe, ni por promesa,

sino porque hay algo en el aire

que aún se parece a la vida.


Ella soy yo:

la que habita su mente como un cuarto prestado,

la que no comprende,

la que aún respira,

como si respirar fuera otra forma

de no caer.

Lo que fuimos

Fuiste mi casa

cuando el mundo me cerraba las puertas.

Fuiste la voz que me sostuvo

cuando no tenía palabras.


Éramos dos niñas

corriendo detrás del mismo sol,

inventando promesas que solo el tiempo

se atrevió a romper.


Veinte años de risas,

de silencios,

de cicatrices compartidas.

Fuiste mi hermana,

mi espejo,

mi refugio.


Y aunque la vida nos arrojó

a orillas distintas del mar,

todavía escucho tu risa

cuando el viento pasa despacio.

Tu nombre sigue tibio

en los bordes de mi memoria.

A veces lo pronuncio en silencio,

como si aún respondieras.


Hubo días en que te necesité

como nunca antes,

y no supe pedirte.

Hubo noches en que imaginé

que tú también me llamabas,

pero tu voz se fue desvaneciendo,

como también, así, nuestros recuerdos.


No voy a buscarte,

ni tú vas a volver.

Así está bien.

Nos hicimos daño

intentando sostener lo que ya no cabía

en nuestras manos.


Porque hubo amor,

del que no pide explicaciones.

Del que no muere,

solo aprende a dormirse.


Te deseo la calma,

las raíces,

la dicha.


Y yo me quedo con lo que fuimos,

una historia que solo terminó.


Pero a veces duele,

duele todavía,

recordar que fuimos tanto,

y que ahora solo somos silencio.

jueves, 9 de octubre de 2025

La búsqueda

No recuerdo cuándo comenzó esta necesidad de doler.

Tal vez el dolor fue lo primero que aprendí a nombrar,

antes incluso del amor o del miedo.

A veces pienso que vine al mundo con el alma un poco rota,

y que desde entonces ando recogiendo los pedazos

para armarme otra vez,

una y otra vez,

aunque nunca encajen del todo.


He intentado comprender la felicidad,

tocarla, poseerla,

pero se escurre entre mis dedos

como el agua que se burla de la sed.

Hay días en que creo haberla rozado,

en los brazos de alguien,

en un rayo de sol sobre el suelo,

en una risa breve,

pero dura tan poco que parece un recuerdo inventado.


La busco como quien persigue un sueño recurrente,

esa sensación tibia que se olvida al despertar,

pero que deja una huella leve,

un olor a promesa.

Y me obsesiona esa promesa.

Me desvela, me enferma, me enciende.

A veces lloro sin razón,

pensando que alguna vez fui feliz

o que tal vez nunca lo fui,

y ambas ideas me duelen por igual.


Mi mente es un laberinto con las luces encendidas y sin salida,

una casa donde el eco de mis pensamientos

habla más fuerte que mi voz.

Convivo con mis sombras,

les sirvo café por las mañanas

y conversamos de lo que no se puede olvidar.


No me avergüenza admitir que he querido desaparecer.

No por cobardía,

sino por cansancio,

por esa fatiga antigua que se arrastra entre los huesos.

Y sin embargo, aquí sigo,

escribiendo, respirando,

tanteando en la oscuridad

como quien busca un interruptor en una habitación sin paredes.


He aprendido a vivir con el dolor

como se vive con una cicatriz:

a veces no duele, pero siempre está.

El sufrimiento se ha vuelto mi medida del mundo,

mi manera de recordar que sigo viva.

Si no duele, me vacío.

Si no arde, no existo.


Y sin embargo,

en medio de esta locura,

hay algo hermoso:

una especie de ternura hacia mí misma,

una compasión cansada

que me abraza cuando todo parece perder sentido.

He hecho las paces con mis desvaríos,

con mi corazón errante que busca belleza hasta en el polvo.


Porque hay belleza, incluso en la ruina.

En cada palabra que tiembla,

en cada lágrima que no cae,

en cada intento de nombrar lo que no se deja nombrar.


Mientras existan las palabras,

yo existiré.

Aunque el cuerpo se quiebre,

aunque la mente se agote,

las letras me sostienen,

me salvan del silencio,

me recuerdan que el dolor también sabe escribir poesía.


Seguiré buscando la felicidad,

aunque nunca llegue.

Seguiré escribiendo sobre ella,

aunque sea solo una ilusión con rostro de amanecer.

Seguiré llamándola por su nombre,

aunque no responda,

porque hay esperanza incluso en la espera,

y mientras espero, estoy viva.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Todavía

Celeste,

todavía entro al cuarto y te busco,

aunque ya no sé si estás o si solo te pienso.


A veces vienes como el aire,

me rozas la mejilla,

mueves una cortina,

y todo vuelve a tener sentido.

Pero luego te vas,

te vas sin aviso,

y el aire se vuelve filo.


Todavía ordeno tus cosas,

como si al hacerlo pudiera retenerte un poco más,

como si el amor bastara para que no huyas.


Celeste,

yo no quiero mitades de ti,

no quiero verte en ráfagas,

no quiero abrazarte solo en sueños.

Te quiero entera,

con tus risas, tus enojos,

tu olor a sol y a infancia.


Todavía me duele la piel,

como si tu ausencia la quemara despacio.

Todavía te amo

aunque vengas y te vayas,

aunque solo te quede en los bordes del aire.


Todavía,

Celeste,

todavía.