Fuiste mi casa
cuando el mundo me cerraba las puertas.
Fuiste la voz que me sostuvo
cuando no tenía palabras.
Éramos dos niñas
corriendo detrás del mismo sol,
inventando promesas que solo el tiempo
se atrevió a romper.
Veinte años de risas,
de silencios,
de cicatrices compartidas.
Fuiste mi hermana,
mi espejo,
mi refugio.
Y aunque la vida nos arrojó
a orillas distintas del mar,
todavía escucho tu risa
cuando el viento pasa despacio.
Tu nombre sigue tibio
en los bordes de mi memoria.
A veces lo pronuncio en silencio,
como si aún respondieras.
Hubo días en que te necesité
como nunca antes,
y no supe pedirte.
Hubo noches en que imaginé
que tú también me llamabas,
pero tu voz se fue desvaneciendo,
como también, así, nuestros recuerdos.
No voy a buscarte,
ni tú vas a volver.
Así está bien.
Nos hicimos daño
intentando sostener lo que ya no cabía
en nuestras manos.
Porque hubo amor,
del que no pide explicaciones.
Del que no muere,
solo aprende a dormirse.
Te deseo la calma,
las raíces,
la dicha.
Y yo me quedo con lo que fuimos,
una historia que solo terminó.
Pero a veces duele,
duele todavía,
recordar que fuimos tanto,
y que ahora solo somos silencio.
1 comentario:
Cada vez que lo necesites, una palabra en el viento estará.
Un amor que quizás duerme, pero despierta cuando es necesario, xq no se extingue, no desaparece.
Sabes que estoy.
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