Me dijeron:
sé perfecta,
sé cuerpo,
sé superficie.
Y yo, obediente,
me tallé los huesos,
me limé la voz,
me quité los lunares.
Me vistieron con pieles de plástico,
me alisaron los cabellos,
me dijeron: sonríe,
y sonreí con la boca abierta
como una muñeca muerta.
Quise tener sangre,
pero me dieron pintura.
Quise tener alma,
pero me pusieron perfume.
Me dijeron que era hermosa,
y no supe si eso era bueno o una advertencia.
Soy una mujer pre-fabricada.
Hecha con fragmentos,
con trozos de espejo,
con pedazos de otras que ya no existen.
A veces,
cuando el silencio se desviste,
oigo dentro de mí el ruido del metal,
la voz de la fábrica,
el canto de las que fueron moldeadas antes.
Y me pregunto:
¿dónde quedó la que soñaba con llorar,
la que sangraba sin miedo,
la que respiraba?
No hay respuestas.
Solo esta piel brillante,
que no se oxida,
que no envejece,
que nadie ama.
Y esta voz —
la mía,
la que no fue diseñada para gustar,
la que no
cabe en el molde—
rompiendo el plástico
desde adentro.
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